miércoles, 8 de septiembre de 2010

Descenso a los infiernos

Se llamaba Shibú. Era una discoteca de estilo hindú, sembrada de símbolos budistas y brahmanistas en una mezcla imposible de elefantes y pagodas, eso sí, siempre con un toque fashion y “distinguido”.  A Rodrigo le chocó ese cóctel y de pronto le cambió la sensación más o menos agradable que le había provocado la ingesta de Somontano –el presidente de la Asociación de exalumnos, miembro eximio del Opus Dei, era gerente de la denominación de origen oscense-; ahora sentía el estómago y también cierta pesadez en la cabeza. En su intento de apertura a sus compañeros se había metido una raya de “merca” (cocaína, le aclararon) a los postres. Ahora su percepción empezaba a exponenciarse y su cerebro a acelerarse… Poco a poco el Marcilla conciliador fue dando paso al Rodrigo crítico, incluso un poco intransigente: “quienmehamandadoamí veniraesteakelarredepijosaparte”. La música, mezcla de superéxitos y top bailables, reverberaba lo que cada vez le parecía más una farsa, un esperpento. Era viernes y a la gente del banquete se sumaba la fauna habitual en un desfile de jerseys rosas y verdes botella, de camisas de cuadros, de pantalones relucientes e hiperplanchados, zapatos castellanos y peinados engominados, melenas cuidadamente descuidadas o rayas impolutas. Noelia le había abordado en el café <<¿No te acuerdas cuando hacíamos pirola en la clase de matemáticas?>>. De la nostalgia pasó al presente y a Rodrigo le resultó difícil mantener la discreción y más la sonrisa ante las vehementes invectivas al gobierno de Zapatero que acarrearía todos los males ante su nueva victoria en las urnas: divorcio express, aborto a la carta, ruina económica…; y lo peor, que España se iba al carajo. Cuando abordó el tema de las “Provincias vascongadas”, mientras apuraba brugales con cola, su rabia se hacía ya incontenible (Rodrigo se sintió incluso preocupado por tomar pacharán). Noelia, “aria” –se proclamaba ella- y fibrosa se había separado hace dos meses (<<el cabronazo de mi marido se fue con su secretaria veinteañera>>). Mientras volvía a la carga, cada vez más borracha, gritándole en la oreja los males de la miserable progresía que nos regía, le ponía las piernas sobre las suyas y las apretaba… Logró zafarse de ella con la excusa de una visita al baño y se adentró en la jungla rosa. Le acogieron varios grupos de compañeros que pujaban por celebrar con él una alegría que él percibía como desprecio y asco.
Allí estaba reflejado, condimentado con ruido y decoración de oropeles orientales, lo que había odiado desde niño, de lo que había deseado huir: “los demonios de una familia de clase alta podrida con apariencia brillantelas miasmas de un padre alcohólico una madre ordenancista que ahogaba su insatisfacción vital en el consumo indiscriminado de cosas absurdas innecesarias”. Se presentaba ahora ante él, como un disparate goyesco grabado con roncola, esa España de sepulcros blanqueados que seguía rigiendo empresas, presidiendo audiencias, hospitales, escuelas… En sus frecuentes viajes por el mundo jamás, quizá con la excepción de Iberoamérica, había encontrado fauna tan odiosa.Sintió náuseas físicas. Fue la espoleta que lo sacó de aquel antro tomado por “este pijerío quieroynopuedo…”. No se despidió de nadie. El cierzo de marzo batía la noche y recibió su sacudida como una liberación. Algo le llamó la atención, un signo grabado en la puerta. Instintivamente sacó su cámara digital y lo atrapó para la posteridad. Era la primera foto que hacía. A la mañana siguiente, todavía con la resaca hurgándole el cerebro, se sentó en el ordenador tras ingerir dos tés y vio la imagen en la pantalla. Efectivamente era “mu”. Una apertura semántica a “vacío lleno de sentido”, “nada que encubre el todo”. Ese ideograma japonés le había percutado hace tiempo mucho, cuando lo leyó en un libro sobre budismo zen. Era el mismo que presidía la tumba de Yasuhiro Ozu, su cineasta preferido. Quien lo colocará en el umbral de ese antro, había invocado una antinomia. Shibú significaba todo lo contrario: vacío sin sentido, nada que refrenda la nada. Definitivamente, su reino no era de este mundo.